En nuestro mundo se realizan muchos y continuos esfuerzos para mantener la paz. Se hacen pactos y se escriben acuerdos con el fin de asegurarla. Así ha sido durante toda la historia de la humanidad. Los emperadores de Roma dependían de la “pax romana” para mantener el libre movimiento dentro del imperio.
Tan importante o más es la paz interior de cada individuo. La ausencia de paz produce desequilibrios mentales, alteraciones nerviosas e incluso enfermedades físicas. A consecuencia de ello familias enteras son afectadas. En nuestra sociedad se invierten incalculables recursos en los tratamientos destinados a aquellas personas que padecen alguna afección del alma, causada por la falta de paz verdadera.
Si realmente hay alguien que conoce la verdadera extensión de este difícil problema, ese es Dios. «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres», fue lo que cantó ese coro de ángeles a las afueras de Belén cuando Jesís nació. El niño que había nacido en un pesebre es el Príncipe de paz, anunciado por el profeta Isaías.
El día anterior a su crucificción, Jesús dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da». Jesús tiene la paz verdadera, aquella que no es temporal ni pasajera.
Vivimos en un mundo en el que los conflictos y enfrentamientos son el pan de cada día. Muchas veces ni siquiera reaccionamos ante las situaciones de guerra, porque ya nos hemos acostumbrado a ellas. En lo personal, también surgen situaciones que crean conflicto interior y alteran nuestro estado de paz. Puede ser un despido inesperado del trabajo, un diagnóstico desagradable del médico o un ser querido que murió. Por lo tanto, la paz que la mayoría experimenta, se puede definir como un sentimiento interior sujeto a las condiciones que nos rodean.
Paz verdadera
Esa paz verdadera que antes mencionaba, es la paz que todo ser humano anhela: un regalo de Dios para cada uno de nosotros por medio de su hijo Jesucristo.
–Siendo así ¿porqué la gente, en general, no tiene esta paz?
La respuesta la encontramos en el pecado. El pecado ha originado un estado de enemistad con Dios. Cuando dos naciones se ven envueltas en un conflicto bélico, se hace necesario restaurar la normalidad por medio de un «tratado de paz». En nuestro caso, Jesús selló ese convenio al entregar su vida por nosotros en la cruz. El llevó nuestra culpa, haciendo posible nuestra reconciliación con Dios.
En la Biblia, en la epístola a los Romanos, está escrito: «Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo».
Recibe a Jesús y cree en tu salvación, y tendrás una paz que nunca encontrarás en nada de lo que este mundo te ofrece.
Ivar Svensson
Pastor evangélico
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